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[OPINION]
domingo, 31 de agosto de 2014 08:15
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Mi afición por los toros
Fuente de la Noticia:
eladelantado.com
José Luis Cuenca Aladro
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Como quiera que en las últimas fechas he recibido algunas amables cartas de lectores de El Adelantado ineteresándose por mis artículos sobre temas taurinos recientemente publicados en este diario, quiero, en honor a todos ellos, relatarles brevemente de dónde me viene mi afición y el por qué de mi pasión por nuestra incomparable Fiesta Nacional.
Las "aficiones" (decía el gran escritor y periodista madrileño don César González Ruano que "tener afición a algo significa ser algo en ese algo") nos vienen heredadas, generalmente, de nuestro mayores. En mi caso, las principales de todas ellas: los toros, la caza y el deporte en general (y sobre todo el fútbol), me sobrevinieron desde muy niño de la mano de mi padre, a quien, dicho sea de paso, igual que a mi madre, todo les debo.
El apego, amor y devoción con el que vi a mi padre disfrutar de las corridas de toros caló muy pronto en mi interior desde que, siendo muy niño, y siempre de su mano, le acompañaba a aquellos "apartaos" inolvidables a las doce en punto de la mañana en la madrileña plaza de toros de Las Ventas donde se enchiqueraban las reses previamente sorteadas y "enlotadas" para los diestros que las habrían de lidiar por la tarde.
Me contaba él, mi maestro, mi padre, con la serenidad y el cariño que le caracterizó siempre, que llegado a Madrid siendo un adolescente, se instaló junto a su hermano y primos en un amplio piso cuya balconada daba a los exteriores de la antigua plaza de toros de Tetuán de las Victorias donde presenció innumerables festejos y vió a los grandes maestros de la época.
Uno de los primeros recuerdos de mi niñez es el de cuando con apenas 4 años de edad acudí por vez primera a la Monumental de Las Ventas de la mano de mi hermana mayor Tita y con mi hermano Goyo. Se celebraba la tradicional becerrada del Montepío Industrial y de Comercio, y en ella actuaba uno de nuestros hermanos: Ángel, de 16 años de edad, al que ni mis padres ni el resto de hermanos pudieron disuadir de su empeño en torear. Recuerdo a mi padre al lado de mi hermano en el callejón de la plaza con el rostro demudado por la preocupación del momento. La mañana era soleada y de agradable temperatura a pesar de que había llovido mucho la noche anterior. Saltó al ruedo el segundo eral de la ganadería de don Fermín Sanz, de Colmenar Viejo, rematando con codicia en el burladero del tendido 10 y, de pronto, como si hubiera surgido del centro de la tierra, allí estaba Ángel, mi hermano mayor, en el mismísimo centro geométrico del anillo venteño citando inmóvil al novillo con el capote. Se arrancó al galope el de Fermin Sanz sobre el capote nuevo e inmaculado de Ángel que no se enmendó lo más mínimo al iniciar una verónica a pies juntos: el choque, el impacto fue brutal, y la cogida revistía visos de gravedad. Las asistencias trasladaron a la enfermería al valeroso novillero a toda velocidad. Transcurridos unos primeros minutos angustiosos, el cirujano-jefe de la plaza, el insigne doctor don Luis Jiménez Guinea nos tranquilizó un poco a todos al decirnos que Ángel Cuenca sufría diversas contusiones y un fuerte traumatismo craneal del que despertaría en breve, como así sucedió.
Después de aquel suceso impactante que os acabo de relatar acaecido en 1953, naturalmente, y como podreís entender queridos amigos de El Adelantado, en casa no se volvió a hablar de toros en los días sucesivos. Ángel prosiguió con sus estudios y se "conformo" (nunca pretendió otra cosa) con ser un aficionado-práctico de primer nivel, no en vano llegó a acumular más de 160 festivales en los que alternó con diestros de la categoría de Julio Aparicio, Paco Camino, Andrés Hernando, Antoñete, Pedrés, Julio Robles, Ortega Cano, y otros muchos. A día de hoy aún sigue "matando el gusanillo" en el campo y en las placitas de tientas de sus amigos ganaderos. Un caso, el de Ángel, realmente excepcional. Único.
Yo, mientras tanto, me íba iniciando en mis primeras lecturas taurinas: El Ruedo, Dígame, Ya, ABC, entraban en casa todos los días. De ello se encargaban los dos "ángeles" de la casa: mi padre y mi hermano. Con siete años ya organizaba mis particulares "ferias taurinas" confeccionando los carteles a mi buen entender y a los que ilustraba con los dibujos "picassianos" de toros en el campo que mi padre me pintaba. Un buen día (acababa yo de cumplir nueve años de edad), don Felipe, el inolvidable director del colegío de los Salesianos de Estrecho madrileño, un sacerdote joven y de enorme personalidad al que se le auguraba una carrera muy brillante, citó a mis padres en su despacho estando yo presente. Después de elogiar mi actitud ante el estudio y mi buen comportamiento, don Felipe concluyó (dándolo por hecho) que yo era un gran candidato para ir al Seminario y hacer carrera sacerdotal. Mis padres, como se dice ahora, "flipaban" contrariados y, con todos los respetos, le dijeron al bueno de don Felipe, que su hogar, nuestro hogar, era una Seminario compuesto por 10 personas. Pero don Felipe insistía una y otra vez. "A ver, que decida el niño, ¿verdad que tú quieres ir al Seminario y ordenarte sacerdote?", dijo en tono solemne y autoritario dirigiéndose a mí. Yo miré a mis padres, que empezaban a mostrarse muy preocupados, y contesté: "Verá, padre, yo es que lo que quería es ser... torero". Aquella repentización mía y salida "por peteneras" me salvó. Mis padres y don Felipe terminaron celebrando mi ocurrencia y todo quedó en nada. Tres meses más tarde don Felipe falleció en trágico accidente aéreo cuando acudía a Roma para visitar al Papa Pío XII. Un año más tarde, ya con diez años, mis padres, con buen criterio, me matricularon para cursar el bachillerato en el Instituto Ramiro de Maeztu, también religioso, pero mucho más liberal en todos los aspectos educativos y en sus métodos de enseñanza. No obstante, he de decir que guardo un gratísimo recuerdo de aquel colegio de curas. Muy bueno.
Siendo ya adolescente, algunas de las tardes históricas de las leyendas del toreo fueron incrementando y reafirmando mi afición y pasión por el arte de Cúchares: la inolvidable faena del maestro de Ronda Antonio Ordónez en la feria de San Isidro de 1960 a "Bilalarga", un excelente ejemplar de Atanasio Fernández; la televisada desde Sevilla en 1964 de "El Cordobés" con "Bancalero" de Carlos Nuñez; la de Antoñete con "Atrevido" de Osborne en Las Ventas en 1966; la de Palomo Linares con "Cigarrón", también de Atanasio, en 1972 en Madrid o la de Curro Romero con "Marismeño" de Benítez Cubero igualmente en Madrid, y otras muchas más. Poco tiempo después nos abonamos a Las Ventas (4 localidades, fila 3 del tendido 1), y así hasta hoy. Casi cuarenta años ininterrumpidos. Más de 1.300 corridas de toros vistas en la primera plaza de toros del mundo. Otras tantas en diferentes plazas y ferias españolas, además de las presenciadas a través de la televisión. Y no sigo. Un "equipaje" más que suficiente para "autoproclamarme" aficionado-entendido TOP (como diría Mourinho).
No hay diplomas ni títulos que certifiquen quién es buen aficionado o aficionado-entendido. No lo hay. La "carrera" es muy larga, y no basta con 10 o 15 años acudiendo a las plazas, o con haberse aprendido de memoria los 12 volúmenes de "Los Toros" (más conocido como "El Cossío"), no. Son necesarios, al menos, 50 años de carrera. Yo ya llevo casi 60 y todavía sigo aprendiendo, pero alguna "auctoritas" tendré sobre el tema de que tratamos. ¡Vamos, digo yo!
Digo lo del párrafo anterior, porque hay una serie (no todos) de neo-aficionados jóvenes muy osados. Sean todos bienvenidos, pero no pontifiquen, por favor, que se les ve el plumero de la ignorancia. Les falta algo más de sentido común y sentido del ridículo. De "madurez taurina". Ya irán aprendiendo, pero no se precipiten. Escuchen más a los profesionales y entendidos con solera. Sólo así llegarán a ser buenos aficionados. Yo, además, les sugeriría que no sean "partidistas", que no sean "istas" ni de toreros ni de ganaderos. Cuantos más toros, ganaderías y encastes, y cuantos más toreros les quepan en la cabeza, mejor que mejor. Así irán disfrutando (y entendiendo) poco a poco cada vez más de las corridas de toros. En definitiva, de qué es y qué significa el SUPREMO ARTE DE TOREAR.
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