Riaza Los Gayumbos desde 1990

El domingo día 26 se abre la veda general de caza en la provincia de Segovia. Realmente se trata de “la menor”, porque “la mayor” ya llevaba unas semanas levantada. Es tiempo, por tanto, de perdices, para mí, y para muchos, la auténtica pieza de caza “mayor”.

Tenemos la suerte por estos lares de conservar todavía, a estas alturas del siglo XXI, una especie como la perdiz roja autóctona de Castilla que es un auténtico tesoro de la naturaleza. No hay muchas, pero sí las suficientes para dar sentido a una jornada de caza cabal por los robledales de nuestros montes y por los campos llanos de nuestra meseta del nordeste segoviano... Será como acudir al mejor balneario que se pueda imaginar: disfrutar de la Naturaleza en plena libertad, lejos del mundanal ruido y del agobio de las ciudades que nos aguardarán a la vuelta sin remisión. Los cazadores gozaremos a tope de los días hábiles concertados. Nuestra afición y nuestra licencia de caza son nuestro gran privilegio, mucho mayor que el de cualquier “card black”. Ya lo creo.

Los cazadores, cuando cogemos la escopeta y salimos al campo sin más, nos damos el gusto durante unas horas de ser paleolíticos; el cazador, en el monte, se olvida de sus preocupaciones, del tedio de la vida social. El contacto con la Naturaleza le eleva y enaltece. Salir al campo a las siete de la mañana no tiene comparación con nada. Huelen los pinos, las jaras, los tomillares y uno tiene la sensación de estrenar el mundo.

Es evidente que para mantener nuestro equilibrio psíquico necesitamos realizar alguna actividad deportiva, un ejercicio físico y mental desinteresado, lúdico. Y entre todos los deportes ninguno tan natural, que encaje mejor con nuestra propia naturaleza, como el ejercicio deportivo de la caza. La felicidad que encontramos en el ejercicio de cazar responde a un atavismo en el que reproducimos las emociones que sintieron nuestros antepasados a lo largo de miles de generaciones. El goce de cazar la perdiz está en proporción con el esfuerzo requerido para aproximarnos a ella, descubrirla y levantarla; también con la dificultad de abatirla, y con su intrínseca belleza.

Cazar, en cualquier caso, es una peripecia dramática en la que hay goce y sufrimiento, pero no crueldad sino, más bien, amor. Refranes como “no hay amor sin dolor” y “hay amores que matan” son aplicables literalmente al ejercicio de la caza porque el cazador es un enamorado de la especie a la que da caza. Una perdiz en lontananza representa, digamos, para el hombre-cazador lo que una mujer en lontananza para el hombre sensual. Quisiera el cazador declarar su amistad a la presa, hacerse con ella sin hacerle daño. Al cobrar su pieza el cazador, éste se estremece inevitablemente. Tratándose de una “patirroja”, más todavía. Recuerdo que mi padre, mi primer maestro en la caza y en tantas cosas, cuando cobraba una perdiz la recogía del suelo y con mimo la acariciaba, “peinando” al mismo tiempo su bellísimo y colorido plumaje con sus manos. Quizá estos sentimientos y sensaciones que tenemos los cazadores solamente los puedan entender otros cazadores, pero yo les puedo asegurar que es así, tal cual se lo cuento.

Y ahora que estamos en pleno mes de octubre, en el dorado paisaje del otoño, con los primeros fríos tonificantes, es cuando los cazadores podremos hacer realidad lo que nunca hemos dejado de hacer en sueños: tener en nuestro punto de mira la perdiz. El domingo, por tanto, habrá que pegarse el madrugón (¡ojo con el cambio de hora!), echar los “trastos”, previamente ordenados en la víspera (ojalá que la tarde del sábado nos depare una brillante victoria del Madrid frente al Barcelona, dicho sea de paso) al coche y acercarse hasta la Plaza Mayor de nuestra villa riazana. Seguro que ya estará allí, en “Casa Demetrio” (La Fonda), doña Marina, la esposa de Pepe, para tomar un cafelito con leche calentito y bizcochos como solo ella sabe preparar. Después, yo caminaré por el “Piamonte”

riazano

de nuestra provincia lo que el cuerpo aguante, unas tres horas, en las que me haré entre 13-15 km. aproximadamente. Si regreso “bolo” a casa, es lo mismo aunque no sea igual del todo. Habré cumplido, una temporada más, con el más reconfortante ejercicio físico y espiritual que se pueda practicar. Ya les contaré...